Cuanto de psicólogos y que poco de pacientes...

A todos nos encanta dar consejos. No es algo de lo que nos demos cuenta. Uno no piensa: "Qué bueno consejo he dado, ahora soy más feliz". Sin embargo, si pensamos que dando consejo estamos ayudando a alguien, o por lo menos estamos poniendo nuestro empeño en ello.

Somos capaces de opinar sobre cualquier cosa en este mundo si antes avisamos de "bueno yo no sé mucho sobre esto pero yo pienso...". Es algo así como el uso del "presunto" en las informaciones, que se pone para cubrirse uno un poco el trasero pero que nadie le da sentido real.

No considero que se algo malo ni negativo que todos actuemos como psicólogos sin títulos, como psicólogos naturales (¿lo llevaremos en nuestra naturaleza más profunda?). Es más, es algo muy positivo por dos cosas: la primera es porque quizá consigas ayudar a alguien, hacer que vea las cosas de otra manera, de la manera que racionalmente y en frío se pueden ver las cosas. Y segundo y más importante, y el motivo de mi entrada, porque de todo lo que hablamos, de todos los consejos que damos también nosotros aprendemos.

Me pregunto cuánto de todo lo que somos capaces de recomendar nos lo aplicamos a nuestra persona. Tanto consejo, tanto "es lo que yo haría", tanto "eso es lo mejor que puedes hacer" y luego solemos ser un cajón del desastre en tantísimas cosas en nuestra vida... Asusta pensar que si no somos capaces de aplicarnos lo que en frío y con cabeza pensamos...¿cómo es posible que aconsejemos tan libremente? ¿Qué clase de ejemplo es ese? Quizá hay que frenarse en seco y pensar antes de hablar qué es lo que realmente harías tú, pero lo que realmente harías y no lo que te parece que sería más correcto hacer.

Yo misma el otro día me atrevía a aconsejar a alguien sobre un tema del cual quizá sea la persona menos indicada. Pero ahí estaba yo alegremente intentado ayudar, y con toda mi buena intención. Pero me asaltaron las dudas sobre si yo misma asumo mis consejos y los pongo en práctica.